¿LUCES, CAMARAS? ¡ACCIÓN!
Con la crisis sanitaria aumento la crisis económica y con ella la inseguridad, que ha sido protagonista en los distintos medios de comunicación y se convirtió en la principal preocupación ciudadana, pero no en un tema central para funcionarios del gobierno local, que con su omisión optaron por mirar hacia otro lado.
Desde hace ya varios años los hechos de inseguridad no resultan ser ajenos a nuestra ciudad. Tampoco resulta extraño su incremento, sobre todo con el robo de motos. Se ha naturalizado tanto este hecho que se ha convertido en unos de los más comunes en nuestra ciudad.
Con medidas aisladas, como la incorporación de cámaras
de seguridad no es suficiente, ya que falta personal para monitorearlas, no hay quien las maneje.
Y aunque la inseguridad no es un problema sencillo de
resolver, por su gran complejidad, lo que pasa en las calles afecta de forma
directa a la gente, particularmente a la gente trabajadora más humilde.
Allí donde no llega ninguna política pública, los
controles sociales no funcionan y pocos hacen propias las normas de conducta
de la sociedad, las familias se quiebran, los mayores carecen de trabajo, y los
más niños, alejados de la escuela, son empujados hacia la mendicidad y suelen
crecer con las “reglas de la calle”. Quizás, de ahí al delito, hay un solo
paso.
El estado debe trabajar antes que el delito se cometa.
No hay que ser muy astuto para saber que el beneficio que tiene de poder
venderlo fácilmente, supera todo riesgo que pueda correr. El que roba diariamente
motos, por ejemplo, es porque sabe a donde vender sus partes, ya tiene asegurada
su mercancía.
Sin duda es un tema de larga data y el sistema de
seguridad que protege la ciudad da crecientes señales de inoperancia fruto de
una combinación de politización, mala gestión y falta de recursos.
Pero también hacer de la seguridad un compromiso de
todos. En Chilecito nos conocemos todos (o por lo menos a casi todos), y
seguramente se sabe quienes son los que roban, los que compran cosas robadas y
los que miran para otro lado a la hora de actuar.
No es un debate cómodo, y es hasta peligroso hacerlo, pero
quien ostenta la máxima responsabilidad política tiene la obligación de
facilitarlo sin demora.
La inseguridad no es una sensación, es un flagelo que
ya creció a pasos agigantados en nuestra sociedad, y que debe resolverse con
decisión política y acompañamiento ciudadano.
Este tema lleva preguntarnos si nuestra clase
gobernante: ¿está sufriendo una crisis de liderazgo que nos mantiene adormecidos?
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